martes, 15 de octubre de 2013


Una doctrina cosmopolita para un mundo interdependiente

La idea cosmopolita es algo que siempre ha estado en el pensamiento filosófico y político, desde que nace el concepto de polis en la Antigua Grecia. Para los griegos la polis era lo más importante y fue algo fundamental para el resto de la historia, quedaron establecidos unos principios de razón, inteligencia, imperio ley y conciencia de Estado.
Con Kant encontramos una constitución republicana que postula la igualdad ante la ley de todos los individuos, sin privilegios de herencia ni estatus sociales diferentes, todos los ciudadanos completamente iguales; con derechos universales intrínsecos a las personas por su naturaleza humana y la necesidad de una paz perpetua entre estados que miren por sus ciudadanos, una sociedad cosmopolita y unos estados cosmopolitas, en donde atacar de manera ofensiva carece de sentido y razón, quedando así asegurado un orden jurídico universal y derechos garantizados para todos los ciudadanos del mundo.
La obra kantiana es la génesis del ideal cosmopolita moderno, todas las comunidades deben ser consideradas, tanto por el resto como por ellos mismos, como un grupo único y compartido. 
Entendemos el cosmopolitismo  como esta tesis kantiana vista desde un punto de vista humanista, pero a su vez busca un orden social y político diferente del establecido, y para ello tenemos que abrir los límites de nuestra mente. 

Un problema que vemos en la sociedad actual es que en la mayor parte de las naciones prima los objetivos estatales por encima de la moral humana, por encima de los derechos que como personas todos merecen y pasando por alto sin dilación las necesidades de miles de seres humanos. Y esto es lo que el cosmopolitismo pretende enmendar, rompiendo con la clásica definición de Estado nación. Una nueva visión filosófica, metodológica y llevandolo a la práctica de forma realista.
Quizá el problema tuvo su origen en el extremo individualismo que tuvo lugar en la modernidad, donde se quebraron muchos lazos de humanidad que nos tendrían que mantener unidos.
Como hemos visto el pensamiento filosófico de este cambio reside en Kant y los Derechos Humanos y se contrapone a la noción de ciudadanía territorial basada en el Estado con sus limites tanto territoriales como culturales.
La segunda modernidad responde a los fenómenos sociales y políticos, la sociedad se vuelve cosmopolita, pero el cosmopolitismo analógico-empírico tiene la necesidad de cambiar la estructura de la realidad, pasando límites transnacionales, y define la cosmopolitización como fenómeno multidimensional, una realidad indeterminable e inevitable. Todos los individuos viven en una interdependencia real en el que cada sociedad debe compartir todo desde riesgos hasta consumo. 
No hablamos de un solo estado que gobierne todo el planeta, hablamos de una ausencia de fronteras entre estados.

Muchas personas ven este proyecto como una visión normativa y filosófica pero no aplicable hoy en día, ya que ni los Derecho Humanos han conseguido plenamente sus propósitos. Pero esto es porque como indica Natalia en su artículo: “los programas de investigación entienden desde una postura científica, que el Estado es el contenedor y el límite de una sociedad”. Este nacionalismo metodológico puede ser un gran problema ya que se presupone que la sociedad se somete al Estado, pero esto debería ser al revés se tendría que llevar a cabo un cosmopolitismo metodológico con el que poder transformar todos estos límites, redefiniendo las políticas y las dinámicas sociales. 
De esta forma incluso los derechos humanos evolucionarían ya que todos tendríamos que respetarnos, rechazar los nacionalismos entendiendonos como una sola nación, la humana, adaptando por territorios Estados que se sometieran a las necesidades básicas de cada persona y poniendo los principios kantianos en juego, convirtiendo así la soberanía en un derecho.
En lugar de esto tenemos un sistema internacional fragmentado en la que la pertenencia a un Estado u otro te dota de  unos derechos u otros. Pero la globalización no es eso lo que nos tiene que aportar, nos tiene que aportar esa paz y esa estabilidad que es tan necesaria. Quitando importancia al mercado internacional y a toda esta sociedad basada en el consumismo fordista a gran escala. 

Puede que el lector considere esto utópico, pero no hay nada utópico, los seres humanos creamos las bases sobre las que ahora nos sostenemos, ¿por qué no podemos romperlas? Claro que podemos pero el sentimiento conformista generalizado en las sociedades de las grandes potencias no nos deja ver nada más allá de nuestro propio “Estado nación”.

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